INTRODUCCIÓN
El quinto mandamiento lleva una
significativa promesa al obediente, la promesa de la vida:
Honra a tu padre y a tu madre,
para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da (Éx 20:12).
Honra a tu padre y a tu madre,
como Jehová tu Dios te ha mandado, para que sean prolongados tus días, y para
que te vaya bien sobre la tierra que Jehová tu Dios te da (Dt 5:16).
Éxodo lo indica, y Deuteronomio,
en forma ampliada, repite esta promesa de vida. Antes de analizar el
significado de esta promesa, es necesario entender la condición, honrar a los
padres. El comentario de Rylaarsdam es un ejemplo divertido de la
interpretación modernista. Su interpretación de Éxodo 20: 12 dice:
El quinto (cuarto) mandamiento se
halla en el punto de transición de la ley social a la civil. Honrar a los
padres es una forma de piedad, aunque no una observancia cúltica. En Dt 5: 16
se añade la prosperidad a la promesa de largura de días en la tierra que se ofrece aquí. Los hijos menores estaban obligados
a la obediencia estricta (21: 15, 17; Lv 20:9; Pr 30: 17).
Este mandamiento se refiere más
especialmente al tratamiento de los ancianos impotentes que estaban a cargo de
la persona. No se les debe enviar para que se los coman las bestias o mueran
por la inclemencia del tiempo, como era el caso en algunas sociedades. La
posesión de la tierra que tu Dios te da («está dando», «dará»,
puesto que en Deuteronomio el lugar es el Sinaí) depende del mantenimiento de
los estándares de familia.
EN OTRAS PALABRAS, A LOS PADRES SE LES
«HONRA» ¡SI NO SE LES EXPONE A LA MUERTE!
Por cierto, las costumbres de los
esquimales no eran las costumbres del Cercano Oriente antiguo, y esta
interpretación es en todo respecto errada a propósito. El requisito aquí es, primero, un honrar religioso a los
padres, y, segundo, incluye un respeto
general por los ancianos. Esto se exige con claridad en Levítico 19: 32:
«Delante de las canas te
levantarás, y honrarás el rostro del anciano, y de tu Dios tendrás temor. Yo
Jehová». El respeto por los ancianos era característico; según
Proverbios 16: 31: «Corona de
honra es la vejez que se halla en el camino de justicia». Pero, como Levítico
19:32 dice con claridad, sin que importe el carácter moral de la generación más
vieja, se les debe un básico respeto y honor. La justicia añade una «corona de
gloria» a la generación de mayor edad.
La edad exigía respeto. Pablo
pudo apelar a su edad como factor al tratar de persuadir a Filemón: «Más bien
te ruego por amor, siendo como soy, Pablo ya anciano, y ahora, además,
prisionero de Jesucristo» (Flm 9). El amor, la edad, y su encarcelamiento por
Cristo le daban a Pablo autoridad moral.
Debido a este respecto exigido
para la edad, es mucho más imperativo que con la edad crezcamos en sabiduría.
Así, Pablo aconsejó «Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en
la fe, en el amor, en la paciencia. Las ancianas asimismo sean reverentes en su
porte; no calumniadoras, no esclavas del vino, maestras del bien» (Tit 2: 2,
3).
Esto nos lleva al primer principio general inherente en
esta ley: honrar a los padres, y a todos los mayores que nosotros mismos, es un
aspecto necesario de la ley básica de la herencia.
Lo que heredamos de nuestros padres es la vida en sí misma, y también la
sabiduría de su fe y experiencia conforme nos las trasmiten.
LA CONTINUIDAD DE LA HISTORIA DESCANSA
EN ESTE HONOR Y HERENCIA.
Una edad rebelde rompe con el
pasado y se vuelve contra los padres con hostilidad y veneno; se deshereda a sí
misma. Respetar a nuestros mayores aparte de nuestros padres es respetar todo
lo que es bueno en nuestra herencia cultural. Por cierto, el mundo no es
perfecto, y ni siquiera se sujeta a la ley, pero, aunque venimos desnudos al mundo, no entramos a un mundo vacío.
Las casas, los huertos, los
campos y los rebaños son labores del pasado, y somos más ricos por este pasado
y debemos honrarlo. A nuestros padres especialmente, que proveyeron para
nosotros y nos cuidaron, se les debe honrar por sobre todos los demás, porque,
si no lo hacemos, pecamos contra Dios y también nos desheredamos.
Como veremos más adelante, hay
una conexión estrecha entre desheredar una propiedad de familia y deshonrar a
los padres y rechazar su honor y su herencia cultural. La herencia básica y
cultural de la cultura y todo lo que ella incluye fe, educación, sabiduría,
riqueza, amor, vínculos comunes, y tradiciones se cercenan y se niegan en donde
no se honra a los padres y ancianos. El hecho trágico es que muchos padres se
niegan a reconocer que sus hijos se han desheredado.
Un segundo principio general inherente en esta ley es el del progreso enraizado en el pasado, de
la herencia como cimiento para el progreso. El mandamiento, hablando a los adultos, pide honor, no obediencia. Para los hijos, el requisito es obediencia: «Hijos, obedeced en el
Señor a vuestros padres, porque esto es justo» (Ef 6: 1). «Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque
esto agrada al Señor» (Col
3:20). La interpretación de Hodge de Efesios 6: 1 es excelente:
LA NATURALEZA O CARÁCTER DE ESTA
OBEDIENCIA LO EXPRESAN LAS PALABRAS EN
EL SEÑOR.
Debe ser religioso; brotando de
la convicción de que tal obediencia es la voluntad del Señor. Esto lo hace un
servicio más alto que si se lo rindiera por temor o por mero afecto natural.
Asegura que será pronto, cordial y universal.
Que Kurios aquí se refiere a Cristo es claro por todo el contexto.
En el capítulo precedente, v. 21, tenemos una exhortación general bajo la cual
se incluye esta dirección especial a los hijos, y la obediencia que allí se
requiere se la debe rendir en el temor
de Cristo. En el siguiente versículo también Kurios constantemente tiene esta referencia, y por consiguiente
también debe tenerla aquí.
La base de la obligación a la
obediencia filial se la expresa en las palabras porque esto es justo. No se debe al carácter personal del padre,
ni debido a su bondad, ni debido a que sea conveniente, sino porque es justo; una obligación que surge de la
naturaleza de la relación entre padres e hijos, y que debe existir siempre que
exista la relación.
Muchas culturas han tenido un
honrar religioso de los padres, pero esto por lo general ha estado conectado
con la adoración a los antepasados y ha sido un factor agobiante, mortal en la
sociedad. El largo fracaso de China en cuanto a avanzar se debió por un lado a
su relativismo, y, por otro, a la parálisis social producida por su sistema de
familia.
EN LA FE BÍBLICA, LA FAMILIA HEREDA
DEL PASADO A FIN DE CRECER FIRMEMENTE AL FUTURO.
Esposo y esposa llegan a ser una carne; tienen en su matrimonio un
vínculo físico común, sexual, que los hace una carne. De aquí, las Escrituras declaran: «Por tanto, dejará
el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola
carne» (Gn 2: 24).
El matrimonio exige que el hombre
y su esposa avancen hacia adelante; rompen con la vieja familias para producir
una nueva. Siguen vinculados a las familias viejas en que ambos representan una
herencia cultural de dos familias específicas. Siguen unidos todavía más por el
deber religioso de honrar a los padres. El crecimiento es real, y la
dependencia es real; lo nuevo clara y llanamente crece y alcanza la
potencialidad de lo viejo.
Por esto, de la iglesia se habla
de buen grado como familia en las Escrituras.
San Pablo habló de sí mismo como
padre de los creyentes de Corinto: «Porque aunque tengáis diez mil ayos en
Cristo, no tendréis muchos padres; pues en Cristo Jesús yo os engendré por
medio del evangelio» (1a Co 4: 15). De nuevo, escribió en Filemón
10, «te ruego por mi hijo Onésimo, a quien engendré en mis prisiones».
La iglesia es la familia de los
fieles, y los vínculos de la fe son muy estrechos. Los lazos de familia son
incluso más fuertes si el lazo es a la vez sangre y fe.
Con todo, otro aspecto de honrar se considerará de manera
separada bajo el título de «La economía de la familia».
Lo que nos interesa ahora es la
última parte de esta palabra-ley: la promesa de larga vida y prosperidad.
Salomón repitió esta promesa de la ley, resumiéndola así: «Oye, hijo mío, y
recibe mis razones, Y se te multiplicarán años de vida» (Pr 4: 10). En verdad,
Proverbios 1—5 en su totalidad tiene que ver con esta promesa de vida.
Hodge, al analizar esta promesa,
observó:
ESTA PROMESA EN SÍ MISMA TIENE UNA
FORMA TEOCRÁTICA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO.
Es decir, tiene una referencia
específica a la prosperidad y largura de días en la tierra que Dios le había
dado a su pueblo como herencia. El apóstol la generaliza dejando fuera las
palabras de conclusión, y la hace una promesa no confinada a una tierra o
pueblo, sino a los hijos obedientes en todas partes.
Si se pregunta si los hijos
obedientes en verdad se distinguen por larga vida y prosperidad, la respuesta
es que ésta, como todas las demás promesas similares, es una revelación de un
propósito general de Dios, y da a conocer lo que será el curso usual de la
providencia.
El que algunos hijos obedientes sean
desdichados y de vida corta no es más inconsistente con esta promesa, que el
que algunos hombres diligentes sean pobres sería inconsistente con la declaración:
«la mano de los diligentes enriquece». La diligencia, por regla general, en
efecto consigue riquezas; y los hijos obedientes, por regla general, son
prósperos y felices.
La promesa general se cumple en
los individuos, así como «servirá para la gloria de Dios, y para su propio
bien».
Se ha planteado la pregunta en
cuanto a la aplicación de la promesa: ¿es para la nación, o es la promesa para
individuos? Como Rawlinson notó:
LA PROMESA SE PUEDE ENTENDER EN DOS
SENTIDOS MUY DIFERENTES.
(1)
Se puede tomar como que garantiza permanencia nacional al pueblo entre el cual
se practica en general el respeto y la obediencia filial; o
(2)
se puede entender en el sentido más sencillo y más literal de una promesa de
que los hijos obedientes, por regla general, recibirán como recompensa la
bendición de una vida larga.
En favor de la primera noción se
han propuesto los hechos de la permanencia romana y china, junto con la
probabilidad de que Israel abdicó su posesión e Canaán como consecuencia de su
ruptura persistente de este mandamiento.
En favor de la segunda se puede
aducir la aplicación del texto que hizo San Pablo (Ef 6:3), que es puramente
personal y no étnica; y la exégesis del hijo de Sirac (Sab. 3: 6), que es
similar. También vale la pena notar que un sabio egipcio, que escribió mucho
antes que Moisés, declaró como resultado de su experiencia que los hijos obedientes
en efecto alcanzaban la vejez en Egipto, y estableció el principio ampliamente,
de que «el hijo que atiende las palabras de su padre llegará a viejo».
La referencia a Ben Sirac es a su
declaración: «El que respeta a su padre tendrá larga vida; el que obedece al
Señor será el consuelo de su madre» (Eclo 3:6). Esto no es solo una repetición
de la ley, sino una observación del hecho. La realidad de la vida es que el que
ama la vida, y honra al Dios que creó la vida, al reverenciar su ley y a sus
padres bajo Dios, de verdad vive más feliz y tiene una vida más larga como
regla.
Despreciar a los padres de uno, o
aborrecerlos y deshonrarlos es despreciar la fuente inmediata de la vida de
uno; es una forma de aborrecimiento propio, y es un desprecio voluntario de la
herencia básica de la vida. Por la experiencia pastoral, se puede añadir que
los que al ser reprendidos por su odio y actividad del deshonor hacia sus
padres, y arrogantemente dicen: «Yo no pedí nacer», tienen una duración de vida
limitada, o, en el mejor de los casos, muy desdichada.
Su curso de acción es suicida.
Están diciendo, en efecto: «Yo no pedí vivir».
Esta misma promesa de vida por
honrar a las fuentes inmediatas de la vida aparece en Deuteronomio 22:6, 7, y
en Levítico 22:28: Y sea vaca u oveja, no degollaréis en un mismo día a ella y
a su hijo (Lv 22:28).
Cuando encuentres por el camino
algún nido de ave en cualquier árbol, o sobre la tierra, con pollos o huevos, y
la madre echada sobre los pollos o sobre los huevos, no tomarás la madre con
los hijos. Dejarás ir a la madre, y tomarás los pollos para ti, para que te
vaya bien, y prolongues tus días (Dt 22:6, 7).
Una ley similar aparece en Éxodo
23:19: «No guisarás el cabrito en la leche de su madre». El lenguaje de la
promesa claramente conecta esto con el quinto mandamiento. De Deuteronomio
22:6, 7, se nota: «El mandamiento se coloca a la par con el mandamiento
relativo a los padres, por el hecho de que a la gente se le insta a la
obediencia por la misma premisa en ambas instancias».
Pero es más que un caso de ser
«colocado a la par»; el hecho se indica claramente que hay una ley básica
involucrada. De nuevo, eso no lo hará decir, como W. L. Alexander lo hizo, que
«estos preceptos tienen el propósito de promover sentimientos humanos hacia los
animales inferiores».
Una premisa básica se afirma en
el quinto mandamiento; en estas leyes que tienen que ver con aves, vacas,
terneros y ovejas este principio se afirma y se ilustra en casos mínimos para
ilustrar el alcance máximo de la ley. La tierra es del Señor y toda la vida es
obra del Señor. El hombre no puede en ningún nivel tratar a la vida excepto
bajo la ley, la ley de Dios. El
clamor de algunos persas oprimidos de otra generación, «Somos hombres, ¡y
tendremos leyes!», fue notable.
El hombre necesita la ley de
Dios, y la ley del Señor requiere que honremos nuestra herencia en todo nivel.
Desperdiciar nuestra herencia, sea en el mundo animal o a nivel de nuestra
familia, es negar la vida. Es hacerlas de dios; es dar por sentado que nosotros
nos hicimos a nosotros mismos y que podemos volver a hacer nuestro mundo. Pablo
pudo exigir obediencia de los hijos a los padres diciendo: «es justo», es por
naturaleza obligatorio y apropiado.
HONRAR A LOS PADRES SE COLOCA EN EL
MISMO NIVEL DE GUARDAR EL SABBAT, EN LEVÍTICO 19: 1-3:
Habló Jehová a Moisés, diciendo: Habla
a toda la congregación de los hijos de Israel, y diles: Santos seréis, porque
santo soy yo Jehová vuestro Dios.
Cada uno temerá a su madre y a su
padre, y mis días de reposo guardaréis. Yo Jehová vuestro Dios.
Como Ginsburg señaló, solo dos
veces en toda la ley se usa la expresión: «Habla a toda la congregación de
Israel», en Éxodo 12:3, en la institución de la Pascua, y aquí.
Del versículo 3 «Cada uno temerá
a su madre y a su padre», Ginsburg escribió:
El primer medio para alcanzar la
santidad, que es hacer que el israelita refleje la santidad de Dios, es
reverenciar de manera uniforme a sus padres. Por eso, el grupo de preceptos
contenidos en este capítulo empieza con el quinto mandamiento del decálogo (Éx
20:12), o, como el apóstol lo dice, el primer mandamiento con promesa (Ef 6:2).
Durante el segundo templo, las
autoridades espirituales ya llamaban la atención al hecho singular de que ésta
es una de las tres instancias en las Escrituras en donde, contrario a la
práctica usual, se menciona a la madre antes del padre; las otras dos son Gn
44: 20 y Lv 21:2. Puesto que los niños de ordinario temen al padre y aman a la
madre, dicen que aquí se da preferencia a la madre a fin de inculcar el deber
de temer a ambos por igual. La expresión «temer», sin embargo, la toman para incluir
lo siguiente:
(1)
no pararse ni sentarse en el lugar reservado para los padres;
(2)
no responder ni oponerse a sus afirmaciones; y
(3)
no llamarlos por su nombre de pila, sino más bien llamarnos padre o madre, o mi
amo, mi señora.
En tanto que la expresión
«honrar» que se usa en el pasaje paralelo de Éxodo 20: 12, entienden que
incluye (1) proveerles comida y
vestido, y (2) cuidarlos. Los padres
son los representantes de Dios en la tierra; de aquí que así como a Dios se le
debe a la vez «honrar» con nuestra sustancia (Pr 3:9), y se le debe «temer» (Dt
6:13), a nuestros padres también se les debe «honrar» (Éx 20: 12) y «temer»
(cap. 19: 3); y así como al que blasfemaba el nombre de Dios había que
apedrearlo (cap. 29: 16), así al que maldecía a su padre o madre había que
apedrearlo (cap. 20:9).
Como Ginsburg señaló, la
blasfemia a Dios y la maldición a los padres se igualan claramente en la ley.
Para reflejar la santidad de Dios, el hombre debe empezar reverenciado a sus
padres.
Ginsburg entonces notó, de la
segunda cláusula de Levítico 19:3: «mis días de reposo guardaréis»,
Unido a este quinto mandamiento
está el cuarto del decálogo. La educación de los hijos, que en sus primeras
etapas de la comunidad hebrea giraba alrededor de los padres, la realizaban
ellos especialmente por en los días del sabbat.
En este punto, Ginsburg se perdió
el sentido teológico del texto y recurrió a un accidente histórico. Claro, el
texto asocia a Dios y a los padres. A ambos hay que reverenciarlos: a Dios
absolutamente, a los padres bajo Dios. La blasfemia contra Dios y la maldición
a los padres merecen la muerte. Ambos son ataques contra la autoridad y orden
fundamental. Es más, el sabbat como reposo y seguridad en Dios tiene que ver
con el quinto mandamiento en que los padres proveen, aunque defectuosamente,
algún tipo de reposo y seguridad para el hijo. Al hijo se le da vida y cuidado.
El hogar representa un reposo, y el hogar piadoso es en verdad un reposo del
mundo, una seguridad y promesa de victoria frente al mismo.
Tanto el sabbat como los padres
representan una herencia de Dios de reposo, paz y victoria. Están por
consiguiente estrechamente asociados en esta ley.
Bajo esta luz, volvamos a
Deuteronomio 22:6, 7, al ave madre y sus huevos o pichones. Está claro que el
mismo principio básico se aplica incluso a la vida animal. El hombre no puede
explotar los recursos de la tierra de manera radical o total. La vida que le es
dada para comida, debe usarla bajo la ley.
Pero, incluso si el pájaro en
cuestión no es un ave apropiada para comida, se aplica el mismo principio. La
cuestión en juego no es la preservación de la provisión de comida para el
hombre, sino el uso reverencial de nuestra herencia en el Señor. No puede haber progreso sin respeto al pasado y a nuestra herencia en Él.
UN TERCER PRINCIPIO GENERAL QUE
APARECE ES LA PROMESA DE VIDA POR OBEDIENCIA.
Algunas interpretaciones de esta
promesa ya se han notado. La del Talmud también es interesante:
MISHNÁ. Un hombre no puede tomar
un ave madre con sus pichones ni para limpieza del leproso. (Por cuyos ritos de
purificación se requerían dos aves, una para ser sacrificada y la otra para ser
puesta en libertad en el campo abierto, (Lv 14: 4). Si respeto a un precepto
tan ligero —tiene que ver con algo que vale apenas un isar la Tora dice «para
que te vaya bien, y para que puedas prolongar tus días», ¡cuánto más (debe ser
la recompensa) la observancia de los preceptos más difíciles de la Tora!
Gemara.
Se enseñaba:
R. Jacob dice: No hay precepto en la Tora en donde la recompensa se indica por
su lado, del cual no se pueda inferir la doctrina de la resurrección de los
muertos. Por tanto, en conexión con honrar a los padres está escrito: «para que tus días se prolonguen, y que te
vaya bien». De nuevo en
conexión con la ley de soltar (leal ave madre) del nido está escrito: «para que te vaya bien, y se prolonguen tus
días».
Ahora, en el caso en que el padre
de un hombre le dice al hijo: «Sube a la terraza y tráeme algunos pichones», y
este subió a la terraza del edificio, y soltó a la madre y tomó a los pichones,
y a su regreso se cayó y murió, ¿dónde está la largura de días de este hombre,
y donde está la felicidad de este hombre? Pero «para que tus días se
prolonguen» se refiere al mundo que es totalmente largo, y «para que te vaya bien» se refiere al mundo que es totalmente bueno.
La nota del editor al pie de
página de esto dice: «La promesa de bendición se cumplirá en el mundo venidero,
y uno no debe esperar en este mundo recibir la recompensa de una buena obra».
Esto da una interpretación radical del otro mundo que hace injusticia a la ley.
Un examen de otras promesas de
vida en la ley indica con claridad cuán de veras terrenal es esta promesa:
Si oyeres atentamente la voz de
Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus
mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que
envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador (Éx 15: 26).
No te inclinarás a sus dioses, ni
los servirás, ni harás como ellos hacen; antes los destruirás del todo, y
quebrarás totalmente sus estatuas. Mas a Jehová vuestro Dios serviréis, y él
bendecirá tu pan y tus aguas; y yo quitaré toda enfermedad de en medio de ti.
No habrá mujer que aborte, ni estéril en tu tierra; y yo completaré el número
de tus días (Ex 23:24-26).
Y guarda sus estatutos y sus
mandamientos, los cuales yo te mando hoy, para que te vaya bien a ti y a tus
hijos después de ti, y prolongues tus días sobre la tierra que Jehová tu Dios
te da para siempre (Dt 4: 40).
¡Quién diera que tuviesen tal
corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos,
para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre! (Dt 5: 29).
Andad en todo el camino que
Jehová vuestro Dios os ha mandado, para que viváis y os vaya bien, y tengáis
largos días en la tierra que habéis de poseer (Dt 5: 33).
Y por haber oído estos decretos y
haberlos guardado y puesto por obra, Jehová tu Dios guardará contigo el pacto y
la misericordia que juró a tus padres.
Y te amará, te bendecirá y te
multiplicará, y bendecirá el fruto de tu vientre y el fruto de tu tierra, tu
grano, tu mosto, tu aceite, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas,
en la tierra que juró a tus padres que te daría. Bendito serás más que todos
los pueblos; no habrá en ti varón ni hembra estéril, ni en tus ganados.
Y quitará Jehová de ti toda
enfermedad; y todas las malas plagas de Egipto, que tú conoces, no las pondrá
sobre ti, antes las pondrá sobre todos los que te aborrecieren. Y consumirás a
todos los pueblos que te da Jehová tu Dios; no los perdonará tu ojo, ni
servirás a sus dioses, porque te será tropiezo (Dt 7: 12-16).
Si no cuidares de poner por obra
todas las palabras de esta ley que están escritas en este libro, temiendo este
nombre glorioso y temible: JEHOVÁ TU DIOS, entonces Jehová aumentará
maravillosamente tus plagas y las plagas de tu descendencia, plagas grandes y
permanentes, y enfermedades malignas y duraderas; y traerá sobre ti todos los
males de Egipto, delante de los cuales temiste, y no te dejarán. Asimismo toda
enfermedad y toda plaga que no está escrita en el libro de esta ley, Jehová la
enviará sobre ti, hasta que seas destruido.
Y quedaréis pocos en número, en
lugar de haber sido como las estrellas del cielo en multitud, por cuanto no
obedecisteis a la voz de Jehová tu Dios.
Así como Jehová se gozaba en
haceros bien y en multiplicaros, así se gozará Jehová en arruinaros y en
destruiros; y seréis arrancados de sobre la tierra a la cual entráis para tomar
posesión de ella (Dt 28: 58-63).
Y les dijo: Aplicad vuestro
corazón a todas las palabras que yo os testifico hoy, para que las mandéis a
vuestros hijos, a fin de que cuiden de cumplir todas las palabras de esta ley.
Porque no os es cosa vana; es vuestra vida, y por medio de esta ley haréis
prolongar vuestros días sobre la tierra adonde vais, pasando el Jordán, para
tomar posesión de ella (Dt 32: 46, 47).
Incluso una simple lectura de
estos pasajes (y se pudieran citar más) deja en claro una serie de puntos. Primero, la promesa de vida se da
para la totalidad de la ley.
EL QUINTO MANDAMIENTO TIENE PRIMACÍA
EN ESTA PROMESA, PERO TODA LEY OFRECE VIDA.
Segundo,
la promesa
de vida es bien material y de este mundo. La promesa de vida eterna es bien
definida en otras partes de las Escrituras, pero no se puede leer en estos
pasajes. Tercero, la promesa no
es solo para el hombre del pacto si obedece, sino también para su ganado, sus
campos y sus árboles.
Quiere decir libertad de plagas y
enfermedades. Quiere decir fertilidad y alumbramiento seguro. Quiere decir
larga vida para el hombre del pacto y su familia. La ley, es, sin ninguna duda una
promesa de vida para el hombre del pacto cuando anda en fe y obediencia.
Cuarto,
la ley
también es una promesa de muerte, de enfermedad, esterilidad y plaga para el
desobediente. Reducir la ley, como algunos antinomianos lo hacen, a solo una
promesa de muerte es negar su significado y a la larga su castigo. La ley no es
una mera negación: su propósito es proscribir el pecado y proteger y cultivar la
justicia.
En este respeto solo, la ley es
una promesa de vida. Una ley contra el asesinato es una promesa de muerte para
el asesino, y una promesa de vida y protección en la vida para el bueno.
Eliminar la promesa de vida para el bueno quiere decir eliminar a la vez la
promesa de muerte para el asesino. Cuando se eliminan los ladrones y asesinos
de la sociedad, se protegen y se promueven la vida y la propiedad.
Cuando los antinomianos reducen
la ley a una función meramente negativa, a muerte al pecado, implícitamente
eliminan la pena de muerte también y preparan el camino para que el amor llegue a ser el redentor y el
que da la vida en lugar de que sea Dios. Lo eliminan haciendo de un nuevo
principio el dador de vida, el amor, el
amor de Dios por el hombre y el amor del hombre por Dios; la muerte entonces se
vuelve privación de amor, y el amor es el curalotodo para la privación.
Pero la doctrina bíblica de la
expiación declara con claridad que la salvación del hombre es por las obras de
Cristo de la ley, su perfecta obediencia como nuestro representante y cabeza
federal, y su aceptación sustitutiva de nuestra sentencia de muerte. La ley nos
sentencia a muerte, y somos hechos justos ante Dios por la ley, pero recibimos
este hecho por fe.
La fe no elimina la transacción legal
involucrada, ni tampoco el requisito de que nosotros ahora mostremos los frutos
de la salvación, obras buenas. La fe descansa en un cimiento de ley.
Quinto, la promesa de la vida que la ley
ofrece no es meramente una remoción de las condiciones de muerte, o sea, la
eliminación como si fuera de asesinos, aunque eso es importante. Es también el
hecho de que Dios, como el dador de vida, prospera nuestra vida y nos hace
florecer en ella. Como Cristo Jesucristo declaró: «Yo he venido para que tengan
vida, y para que la tengan en abundancia» (Jn 10: 10).
La promesa de vida por obediencia
es pues una premisa básica de la ley, porque la ley es inseparable de la vida.
La ley es una condición básica de la vida.
Un cuarto principio general implícito en el quinto mandamiento es
que deshonrar a los padres es deshonrarse uno mismo, e invitar la muerte; y de
manera similar, deshonrarse uno mismo es deshonrar a los padres. Según Levítico
21: 9, « la hija del sacerdote, si comenzare a fornicar, a su padre deshonra;
quemada será al fuego». Ginsburg comentaba:
En tanto que a la hija casada de
un laico que se había descarriado se castigaba con la muerte por estrangulación
(ver cap. 20: 10; Dt 22:23, 24), a la hija de un sacerdote que se desgraciaba
se le castigaba con la pena más severa de muerte por fuego. Aunque la
condenación del compañero culpable en el delito no se menciona aquí, su
sentencia era muerte por estrangulación.
El pecado de ella constituye,
pues, una triple ofensa, un pecado contra Dios, contra su padre y contra sí
misma. La ley en un sentido es una promesa de vida para los vivos; los muertos
se alejan de ella, porque su motivo no es la vida sino la profanidad.