7. LA FAMILIA Y LA AUTORIDAD

INTRODUCCIÓN

Los romanos conquistaron Judea, pero, más tarde, cuando el cristianismo conquistó a Roma, los romanos dijeron de esta fe bíblica de origen hebreo, Victi victoribus leges dederunt», «los conquistados les dieron sus leyes a los conquistadores».
La ley bíblica ha alterado en gran parte la ley del Imperio Romano posterior y del occidente cristiano, y fundamental en este cambio es la alteración de la ley de la familia.
Justiniano y su emperatriz, Teodora, instituyeron en el siglo VI la reforma legal básica cristiana. Zimmerman ha resumido las reformas cristianas básicas con respecto al sexo y la familia. Primero, «públicamente se permitían solo las relaciones heterosexuales en el matrimonio».
Todas las demás relaciones sexuales aparte de las relaciones maritales normales eran ahora ilegales y pecado. Segundo, esta aplicación de todas las demás formas de sexualidad como «objetables» se «aplicaba a toda clase social» sin distinción. La familia llegó a ser la manera legal y normal de la vida para todos. El prefacio a esta parte del código Novellae decía:
La legislación previa había tratado de aspectos de estos asuntos de manera gradual. Ahora tratamos de compilarlos y dar a las personas ciertas reglas claras de conducta para hacer de la familia (de nupttis) la forma estándar de vida para todos los seres humanos en todo tiempo y en todas partes. El propósito de esto es garantizar la inmortalidad artificial de las especies humanas. 
ESTA ES LA MANERA CRISTIANA DE VIVIR.
Tercero, por ley se declararon punibles las actividades sexuales prohibidas, especialmente en las formas de sexo comercializado. Cuarto, Zimmerman señala que «se hicieron ilegales los contratos fundamentales, que incluían actividades sexuales fuera de la familia como pago por sustento o regalos». Todas las partes en un contrato así estarían participando en un acto ilegal. Entre otras cosas, el concubinato perdió su estatus legal. Quinto, estos pasos legales fueron «parte de un movimiento más amplio para hacer de la familia la manera pública definida de vida y estatus».
El resultado de esta legislación fue la reorientación de la civilización. Fue la creación de un «sistema de familia que encajaría mejor en la grandeza planeada. Los autores nunca consideraron perfecto a un hombre. Procuraron inscribir al hombre promedio en un sistema social que podría alcanzar una gran unidad mundial civilizada».
Los efectos de esta legislación fueron extensos. Dos aspectos importantes de cambio fueron la herencia y la propiedad. Las consideraciones de familia gobernaban ahora las leyes de la herencia y la propiedad, y la esposa legítima y sus hijos tenían un estatus que no se le daba a una concubina o amante y sus hijos.
La limitación de la herencia a la familia legítima hizo de la familia el agente y poder significativo respecto a la propiedad. La familia era ahora mucho más que una unidad social básica; era en esencia el sistema social. Fue el sistema social, sin embargo, sin los poderes agobiantes e inmorales de un sistema de familia de adoración a los antepasados.
En la adoración a los antepasados, la familia enfoca el pasado y es hostil al futuro. En el sistema cristiano de familia, se interpreta la ley mosaica en términos de los dictados del Nuevo Testamento respecto a la familia, y la perspectiva es en el futuro del creyente, en el reino de Dios y sus requisitos para hoy y mañana.
Sin la autoridad de la familia, la sociedad prácticamente se mueve a la anarquía social. La fuente de la autoridad de la familia es Dios; la autoridad inmediata reside en el padre o esposo (1A Co 11: 1-15). Si el padre abdica su autoridad, o si se le niega su autoridad, se conduce a la anarquía social descrita en Isaías 3:12.
Las mujeres mandan sobre los hombres; los hijos entonces adquieren libertad y poder indebidos y se vuelven opresores de sus padres; los gobernantes emasculados en tal orden social hacen descarriar al pueblo y destruyen la trama de la sociedad. El resultado final es el colapso social y el cautiverio (Is 3: 16-26), y una situación de peligro y ruina para las mujeres, un tiempo de «reproche» o «desgracia», en el cual las mujeres en un tiempo independientes y feministas se humillan en su orgullo y buscan la protección y seguridad de un hombre.
Siete mujeres, dijo Isaías, andan en busca de un hombre en medio de las ruinas, cada una suplicando matrimonio y dispuestas a ganarse ellas mismas el sustento con tal de que se les quite la desgracia y vergüenza que abruma a una mujer sola e indefensa (Is 4: 1).
Isaías vio que la ausencia de la autoridad del hombre produce caos social. El hombre como cabeza de la familia es el necesario principio del orden, y también el principal en el orden. El dominio sobre la naturaleza es un precepto de Dios para el hombre (Gn 1: 28), y en la familia para el varón en la persona del esposo y padre (1A Co 11:1-15). El dominio como naturaleza y prerrogativa del macho se halla en todo el mundo animal como parte del precepto divino en la creación.
En los animales, como Ardrey ha señalado, es más importante el dominio que los impulsos sexuales y otros impulsos. «El tiempo vendrá cuando el macho perderá todo interés en el sexo; pero todavía luchará por su estatus». Es más, «el dominio en los animales sociales es un instinto universal independiente del sexo». Este instinto del macho por el dominio se revela en los animales de tres maneras: primero, en territorialidad (el instinto e impulso de propiedad); segundo, en estatus (el impulso por establecer dominio en términos de rango en un orden rígidamente jerárquico); y tercero, supervivencia (un orden como medio de supervivencia).
Esto es cierto en los animales en su ambiente natural; los animales del zoológico, como viven en una sociedad de beneficencia pública, están más absorbidos con el sexo. En el macho, el dominio conduce a una potencia sexual y longevidad aumentadas.
Todavía más, «es una característica curiosa que los instintos de orden son en su mayoría masculinos». Los instintos femeninos sexuales y maternales son personales y en cierto sentido anarquistas.
Estas características son ciertas también de la vida humana. La mujer llega a absorberse con problemas de ley y orden de una manera personal, como cuando su familia o la seguridad de su familia corren peligro por su decadencia. El hombre se preocupa por los problemas de la sociedad aparte de alguna condición de crisis; la mujer se preocupa cuando la decadencia social tiene implicaciones personales, y su preocupación entonces es seria.
COMENTARIO: Es indicativo de la ceguera de los comentaristas al contexto de las Escrituras que «reproche» consistentemente se toma como queriendo decir «sin hijos». A menudo significa esto en una mujer casada; pero aquí las solteras en una situación de anarquía y cautividad ven su posición como un «reproche» o «desgracia» porque están totalmente indefensas y sin protección contra la incautación, ataque, robo y embarazo sin casarse.
Los hombres y las mujeres se necesitan unos a otros, y el orden santo es el matrimonio, la unión de un hombre y una mujer bajo Dios y para su gloria y servicio.
Separados, despreciándose o en discordia, el énfasis del hombre y la mujer tienden a ser unilaterales. Tal vez el ejemplo más aleccionador, y casi al punto de caricatura, es el de Enrique VIII de Inglaterra y la reina Catalina.
Catalina, más que Sir Tomás More, merecía ser la santa católica romana de su tiempo. More fue fundamentalmente un humanística; Catalina fue una mujer santa de intensa fe y valentía. Hija de la gran reina Isabel de España, al igual que su hermana (erróneamente llamada Juana la loca), tenía una absorción casi increíble de los aspectos puramente personales de los asuntos.
Como resultado, su depravado padre, Fernando, a quien Catalina amaba ciegamente, pudo usar a Catalina como peón por el poder de España, casi hasta la destrucción de Inglaterra. (Fernando hizo matar al esposo de Juana y usurpó el trono de Juana, y no tuvo escrúpulos para aprovecharse de cualquier familiar). Catalina era igualmente ciega al tratar con su esposo Enrique, en donde estaba en juego más que asuntos personales.
A Enrique VIII, por otro lado, no se le puede ver en términos puramente personales (y femeninos), como una persona afectada básicamente por sus lujurias.
Sí, Enrique fue un pecador en eso, pero su motivo básico era el deseo de preservar de la anarquía al reino teniendo un heredero varón. Antes del ascenso de su padre al trono, Inglaterra había quedado en gran parte destrozada y en ruinas por una guerra sangrienta e intermitente de sucesión.
El interés básico de Enrique era preservar el orden mediante una sucesión dinástica fuerte y segura, lo que para él significaba tener un heredero varón. Esta era la consideración moral fundamental de Enrique, así como la relación personal era la consideración moral fundamental para Catalina.
Enrique interpretaba todos los eventos en términos de su principio y justificaba cada paso en términos del mismo. Hombre talentoso e inteligente, también era inmaduro y santurrón. Pero no estaba solo al considerar la situación de Inglaterra y la suya propia en términos de asuntos impersonales de orden y sucesión. Lutero y Melanchton estuvieron dispuestos a ver la respuesta al dilema de Enrique en una bigamia legal, y el papa Clemente VII hizo una sugerencia parecida.
Se trató de disculpar ambas cosas, con escaso mérito en los esfuerzos; sean cuales fueran sus razones, estos líderes religiosos hicieron la sugerencia. Todos, como hombres, se preocupaban por el escenario político y el problema del orden de Inglaterra a diferencia del problema puramente personal de ley y orden entre Catalina y Enrique.
Este episodio, en forma aguda y extrema, revela las naturalezas diferentes del hombre y la mujer. Pero los hombres que intervinieron en este acontecimiento triste por lo menos se preocupaban por algún tipo de orden, aunque a veces cuando inmoralmente. Hoy, los hombres, habiendo abdicado extensamente su masculinidad, se preocupan menos por el orden y más por la gratificación. Como resultado, las mujeres, debido a que está en juego su seguridad y la de sus hijos, participan en el problema de la decadencia social y ley y orden.
La acción social y política, entonces, se vuelve un interés femenino apremiante. Su interés subraya la decadencia de la sociedad y el fracaso de los hombres. El que las mujeres se interesen por su defensa por lo general quiere decir que un invasor aterrador amenaza a la sociedad, o que dentro del orden social los hombres están dejando de funcionar como hombres. El poder matriarcal entonces se desarrolla como sustituto de un orden-ley normal.

LA SOCIEDAD MATRIARCAL ENTONCES ES LA SOCIEDAD DECADENTE O EN RUINAS.

El carácter fuertemente matriarcal de la vida de los negros se debe al fracaso moral de los hombres negros, al no ser responsables, al no sostener a la familia y ejercer autoridad.
Lo mismo es cierto de las tribus aborígenes estadounidenses, que también hoy día son matriarcales. En tales sociedades, las mujeres proveen una porción considerable de los ingresos de la familia debido a que el abandono moral de los hombres lo hace necesario. Un elemento fuertemente permisivo predomina en la educación de los hijos, y el fracaso moral del varón se trasmite a la siguiente generación.
La misma tendencia hacia una sociedad matriarcal es evidente en la cultura occidental hoy. Se debe recalcar que, contrario a la opinión popular, una sociedad matriarcal no es una sociedad en la cual gobiernan las mujeres, sino una sociedad en la que los hombres no ejercen su dominio, y las mujeres se ven frente a una doble responsabilidad. Deben hacer su propio trabajo, y encima de eso trabajar para conjurar la anarquía producida por el fracaso moral del hombre. En una sociedad matriarcal, a las mujeres las sobrecargan, no las promueven; las penalizan, y no las recompensan.
Los principios del orden de familia cristiano los bosquejó en 1840 Matthew Sorin:

LOS DEBERES QUE BROTAN DE LA RELACIÓN (DEL MATRIMONIO)

1. CARIÑO MUTUO.

Según el orden y la constitución del gobierno divino, el hombre fue nombrado para gobernar los asuntos de esta vida. Es su prerrogativa tener las riendas del gobierno doméstico, y de dirigir el interés de la familia, a fin de llevarlos a una terminación feliz y honorable. Este nombramiento de Dios se inició en el orden de la creación; y se manifestó propiamente en el orden de la caída.
Pero con todo, así como es derecho del esposo gobernar, también es su obligación gobernar con moderación y amor; amar a su esposa «así como Cristo amó a la iglesia» Ef 5: 25. Y también, la esposa no debe ofrecer la obediencia a regañadientes de un espíritu poco amable, sino el servicio alegre de una mente gozosa, «para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas». 1ª Pedro 3: 1-5.

2. CONFIANZA MUTUA.

Nada es ni puede ser de mayor importancia que esto para mantener el amor conyugal en ejercicio activo y enérgico. Destruir la confianza es quitar los cimientos de todo lo que es excelente o valioso en el círculo familiar.

3. ATENCIÓN Y RESPETO MUTUOS.

No la rutina sin sentido de las atenciones ceremoniosas que, en ciertas ocasiones, se apiñan en el círculo familiar, al parecer más para complacer al que observa que para expresar los sinceros sentimientos del alma. Hablamos de ese simple, natural e impremeditado gesto de respeto y atención que el amor sincero inspira.

4. AYUDA MUTUA.

La primera mujer le fue dada al hombre, no para que viva del trabajo del hombre, ni para que trabaje para ganarse la vida; fue diseñada para que sea una con él, participante lo mismo en sus tristezas que en sus alegrías, ayuda idónea para él. Hay una ayuda triple que los casados se deben uno al otro, y que brindan interés y gozo al círculo familiar.
1. Hay la ayuda para promover los intereses temporales de la familia.
2. Otra vez, hay la ayuda mutua en el mantenimiento del orden; en la educación y gobierno de los hijos.
Los derechos de los padres sobre sus hijos son iguales. Si esos hijos son honorables y prósperos en el mundo, es felicidad de ambos. Si son pródigos y viciosos, no es más desdicha de uno que del otro.
Es, por tanto, un deber evidente en sí mismo, y obligatorio de la manera más solemne para los padres, contribuir con su destreza, influencia y autoridad unidas para «instruir a sus hijos en su camino».
3. Hay también una ayuda mutua en la promoción del bienestar espiritual de ambos.
Además de estos conceptos generales, podemos aquí, con propiedad, notar algunos otros deberes especiales que esposo y esposa se deben mutuamente.
Se requiere que las mujeres muestren un espíritu de subordinación, y que obedezcan a su esposo (Ef 5: 22). Pero también se requiere del esposo que ame y proteja a su esposa (que cultive por ella el afecto más tierno), que la proteja según su poder (en su persona, salud, propiedad y reputación).
Todo lo que tiene que ver con la comodidad de ella se debe conceder hasta donde esté a su alcance y con una mente dispuesta y alegre. «Debe amar a su esposa así como Cristo amó a la iglesia» (Ef. 5: 25). Se requiere de la esposa que reverencie a su esposo, no como ser superior, sino como su superior en el mundo hogareño; y, por consiguiente, que no usurpe la autoridad del hombre, «porque Adán fue formado primero, y después Eva» (1ª Ti 2:14).
También es imperativo que el esposo no se ridiculice ni se haga despreciable a los ojos de su esposa con indecencia en sus palabras o relaciones viles y triviales. Debe mantener su lugar, no mediante poder físico o fuerza bruta, sino por la excelencia de su ejemplo y el desarrollo mental, la superioridad moral y el mejor tacto en el manejo de los asuntos que es razonable esperar de sus relaciones, y que en la mayoría de los casos asegurará una sumisión dispuesta y alegre a su autoridad (1ª P 3: 3-7).
De nuevo, como es deber de la mujer cuidar de la casa y no abandonarla como un espíritu desdichado que busca descanso y no lo halla (Tit 2: 5), de la manera más incuestionable es obligación del esposo hacer de ese hogar lo más interesante y alegre posible.
Las afirmaciones de Sorin se citan, no porque sean destacadas o desusadamente buenas para interpretar las Escrituras, sino porque reflejan la fe y práctica de los Estados Unidos cristiano en la década de 1840. Como Bote señaló:
El libro es valioso no solo porque da consejo característico sino también porque describe la vida del hogar estadounidense a nivel de clase media. Sorin había nacido en el extranjero y así que nos observa más detenidamente, dando menos por sentado en cuanto nosotros de lo que lo haría un nativo de nuestro país. Pide disculpas por lo inadecuado del libro, diciendo que pudiera haber sido escrito mejor «por alguien especialmente adaptado a los principios y hábitos de la sociedad de este país», pero es demasiado modesto.

SU OBJETIVIDAD ES RESPALDADA POR UNA LUCIDEZ CONSIDERABLE.

Es precisamente en contra del orden de familia descrito por Sorin que se dirige mucha de la actividad vanguardista. La permisividad ataca directamente a la autoridad paterna, y, tanto en el hogar como en las escuelas es un concepto revolucionario.
Lo pertinaz de la permisividad previene el crecimiento de la autodisciplina.
Muchos ven la falta de autodisciplina como la causa de la delincuencia juvenil actual. Esta delincuencia brota de «una falta de autodisciplina, y un grado de egoísmo que es increíble para los adultos que respetan los derechos de otros y piensan en otros antes de actuar». Blaine añade:
La autodisciplina no crece como Topsy, sino que es el resultado de un proceso de construcción en dos etapas en el cual los padres son los impulsores primarios. La iglesia, la escuela, los amigos y los héroes juegan una parte, también, pero es en el hogar en donde se pone la piedra angular.
La falta de autodisciplina lleva al engreimiento. Sin tener un criterio de juicio autoritativo aparte de sí mismos, los jóvenes que se crían permisivamente no tiene ningún criterio válido de autoevaluación. En otras eras, los adolescentes han tenido adultos, y los hombres de veinte y treinta han sido emprendedores.
La juventud de los hombres en la Convención Constitucional de los Estados Unidos es evidencia de la madurez temprana y capacidad temprana para la acción y progreso disciplinados de los hombres de esa época. Pero esa madurez iba mano a mano con responsabilidad e independencia, sostenimiento propio y autodisciplina: era un todo natural y unificado.
La adolescencia permisiva exige: «Óigannos», y aduce madurez en términos de crecimiento físico sin ninguna madurez de acción y mente que la acompañe. El resultado es un engreimiento basado en el estándar humanístico de su condición de un ser humano, una persona. Esta inmadurez interna radical lleva a la delincuencia juvenil, a la criminalidad adulta y a una tasa más alta de divorcio y de hijos ilegítimos.
Como ya se ha indicado, este engreimiento del hombre como hombre destruye todos los estándares excepto el de humanidad. Por, cuando unos estudiantes visitaron la antigua Unión Soviética, no vieron la naturaleza esencial de ese orden, porque no tenían otro criterio de juicio excepto la ideología humanística. Concluyeron:
Las personas son personas, sin que importe a cuál lado de la Cortina de Hierro llaman su patria. Eso, por lo menos, parece ser el descubrimiento que hizo un grupo de 16 estudiantes del Valle y sus maestros-dirigentes después de volver de una gira de estudio de seis semanas por la Unión Soviética.
¡Este «descubrimiento» podrían haberlo hecho sin viajar a la Unión Soviética! Pero, cuando el único estándar es el hombre, cuando se halla que otros también son hombres, miembros por igual de la humanidad, la coexistencia es una necesidad moral. No se piensa en el carácter moral de los hombres, porque no se reconoce ninguna ley aparte del hombre. Por tanto, un asunto importante de liberación golpea contra toda «autoridad ilegítima», contra cualquier concepto de ley trascendental.
Con mucha razón, los escritores ven como enemigo todo concepto de ley que tiene a Dios agazapado detrás. Lo inmoral para ellos es lo «deshumanizante», o sea, cualquier cosa y toda cosa que limite al hombre. Puesto que todo hombre es su propio soberano y ley bajo este concepto humanística, Paul Goodman comenta: «Tal vez “soberanía” y “ley” en cualquier sentido estadounidense, son conceptos obsoletos». Este anarquismo hay ido tan lejos que «una corte militar de los Estados Unidos decretó que la objeción de conciencia es una defensa válida para la acusación de estar ausente sin licencia».
El caso tenía que ver con un soldado que debía llenar de combustible los aviones a reacción y que estuvo «ausente de su puesto sin licencia durante 41 días». Este anarquismo es un rasgo por igual de jóvenes y viejos; los jóvenes solo están llevando el anarquismo de su día un paso más allá. Un ejemplo absurdo del anarquismo de los padres es el caso de una mujer, separada de su esposo por seis años, que todavía quiere celebrar el 25º aniversario de bodas con una gran fiesta.
Este anarquismo erosiona a la familia y su autoridad en toda época. Reduce al padre a un cero a la izquierda, y le da a la madre la carga imposible de ser la familia para los hijos. El alcance hasta donde ha llegado esta desaparición legal y abdicación personal del padre se ilustra fácilmente.
Mientras que el padre como fuente de autoridad en un tiempo solía tener la custodia de los hijos en un divorcio, hoy solo en seis estados (Alaska, Georgia, Luisiana, Carolina del Norte, Oklahoma y Texas, «se continúa declarando al padre como “el guardián natural preferido”»). Incluso más reveladora es la ley israelí que niega la nacionalidad judía a todo judío cuya madre no sea judía, porque los hijos en esta ley se clasifican en términos de su madre, y no de su padre.

TODO ESTO ES EROSIÓN, Y ES MUY REAL. PERO TAMBIÉN HAY PRESENTE UN ASALTO LEGAL.

Desde dentro la iglesia viene la demanda de «un genuino pluralismo de conducta sexual», que se nos dice «con certeza tendrá lugar en dos aspectos principales».
Primero, habrá «la disolución del concepto de que el sexo y el matrimonio están inextricable y exclusivamente ligados». Segundo, habrá la gradual aceptación social, si acaso no la legalización, de la bigamia (o poligamia) y la poliandria. En la próxima década o dos tal bigamia con probabilidad se parecerá al antiguo patrón de tías solteras viviendo con la familia.
La aceptación social de tal «bigamia de ley común» bien puede ser la única manera de iniciar los cambios requeridos. Los psicólogos preocupados por la salud mental de las personas mayores han recomendado la legalización de la bigamia para personas mayores de sesenta años. La iglesia, por supuesto, guarda silencio hasta aquí.
No tiene planes reales para los envejecientes, ni para los solteros involuntarios.
Esperemos que no aguardará demasiado antes de siquiera considerar los méritos de la poligamia (y poliandria) para atender las necesidades de millones de personas para las cuales no hay ninguna otra esperanza que ofrecer.
Pero esto no es nada comparado con las opiniones de un médico suizo, que quiere no solo derechos legales iguales sino subsidios legales especiales para los que practican incesto, exhibicionismo, pedofilia, saliromanía, algolagnia, homosexualidad, escofilia, y otras perversiones sexuales. El sistema de Ullerstam es hostil al orden-ley cristiano y castigaría salvajemente el orden-ley marital cristiano.
Aparte de estas propuestas teóricas, los pasos legales son bastante serios. En país tras país hay movimientos para legalizar las uniones homosexuales; las leyes contra la homosexualidad se han abandonado extensamente, así que existe una legalidad tácita. Otras perversiones también de manera similar se dejan sin que se haga nada. Las salvaguardas legales de la familia se eliminan cada vez más, así que de nuevo la sociedad está amenazada por la anarquía de un estado antifamiliar de iniquidad legalizada.
A nombre de la igualdad de derechos, a las mujeres se les despoja de la protección de la familia y no se les da lugar excepto la competición perversa de un mercado sexual en el cual lo chocante, la perversión, la desviación y la agresión cada vez más exigen una prima. Las mujeres que ganan con la igualdad de derechos son las que a todas luces son hostiles a la ley cristiana.

La ley, se debe recordar, es guerra contra lo que se define como mal y una protección de lo que se considera bueno. En la estructura-ley en desarrollo de la ideología humanística, se libra implícitamente una guerra contra los padres y la familia como malos, y se extiende protección a los pervertidos y delincuentes bajo la presuposición de que sus «derechos» necesitan protección.