INTRODUCCIÓN
Antes de analizar la ley bíblica
con respecto a honrar a los padres, y su autoridad, es necesario notar el
extenso socavamiento de la doctrina bíblica de la familia.
En los diez mandamientos, cuatro
leyes tienen que ver con la familia, tres de ellas directamente: «Honra a tu
padre y a tu madre», «No cometerás adulterio»,
«No hurtarás», y «No codiciarás
la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni
su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo» (Éx 20: 12,
14, 15, 17). El hecho de que la propiedad (y de aquí el robo) se orientaba a la
familia aparece no solo en toda la ley, sino en el décimo mandamiento: codiciar,
sea la propiedad, la esposa o los criados de otro, era un pecado contra la
familia del prójimo. La familia es claramente central a la forma bíblica de la
vida, y es la familia bajo Dios lo
que tiene esta centralidad.
Pero se debe añadir que esta
perspectiva bíblica es ajena a la cosmovisión darwiniana. El pensamiento
evolucionista concede la centralidad de la familia, pero solo como hecho
histórico. Se ve a la familia como la gran institución primitiva que ahora
rápidamente está siendo superada, pero que es importante para los estudios del
pasado evolucionista del hombre.
Se ve a la familia como la antigua
colectividad o colectivismo que debe dar paso a «la nueva colectividad». Como el
antiguo colectivismo que resiste el cambio, científicos sociales, educadores y clérigos
evolucionistas atacan continuamente a la familia.
La antropología evolucionista que
sirve de base de este ataque le debe mucho, después de Darwin a William
Robertson Smith (1846-1894), La
religión de los semitas. Darwin
y Smith a su vez le dieron a Sigmund Freud (1856-1939) sus premisas básicas. En
términos de esta perspectiva, según lo presenta Freud (pero también popularizados
por La rama dorada, de Sir
James G. Frazer), los orígenes de la familia están en el pasado primitivo del
hombre antes que en el propósito creador de Dios.
La «horda primitiva», o sociedad
primitiva, estaba dominada por el «padre primitivo violento», que expulsaba a
los hijos y tenía posesión sexual exclusiva de la madre y las hijas. «El origen
de la moralidad en cada uno de nosotros» viene del complejo de Edipo.
Los hijos rebeldes, que
envidiaban y temían al padre, se unían, mataban y se comían al padre, y luego
poseían sexualmente a la madre y a las hermanas. Su remordimiento y cargo de
conciencia por sus acciones produjo tres tabúes básicos para el hombre: el
parricidio, el canibalismo y el incesto. Para Freud, en el cristianismo, el
hijo hace expiación en la cruz por matar al padre, y el canibalismo se
transforma en sacramento: la comunión.
Con esto en mente, podemos
entender por qué los antropólogos pueden decir:
«La familia es el más fundamental
de todos los grupos sociales, y es universal en su distribución». La próxima
oración nos informa, sin embargo, que la familia es una forma social
«determinada culturalmente», o sea, es en su totalidad un producto evolucionista
de la cultura del hombre. De igual forma, el tema de la «religión y ritos» se
introduce en el curso de un análisis de la «extensión del parentesco».
El poder del padre y la seguridad
de la familia están en la religión proyectada contra el medio ambiente
hostil para darle al hombre un parentesco y favor participante.
De igual manera, se nos dice, hay
dos clases de religiones, la religión de la madre, y la religión del padre.
Por esto, Van der Leeuw escribió:
«No hay nada más sagrado en la
tierra que la religión de la madre, porque nos lleva de vuelta al secreto más
profundo del alma, a la relación entre el hijo y su madre»; en estos términos
Otto Kern ha cristalizado la esencia de nuestro tema. Creyendo que detrás de
Poder se puede ver el bosquejo de una Forma, el hombre reconoce los rasgos de
su propia madre; su soledad al verse confrontado con el Poder se transforma por
tanto en la relación íntima con la madre.
El origen de los cultos de la
fertilidad se ve en la adoración de la madre, una invocación a la fertilidad y
también a un retorno a la seguridad del vientre. El culto a la madre conduce
con el tiempo al culto del padre. Según Van der Leeuw, «para todo hombre su
madre es una diosa, tal como su padre es un dios».
Todavía más, «la madre crea vida;
el padre historia»; o sea, las religiones del culto a la fertilidad son
cuestiones de prehistoria, y de culturas primitivas, en tanto que el padre como
dios es una etapa del desarrollo del hombre en la historia. Van der Leeuw
admitió, al comentar sobre Isaías 63: 16 y 64: 8, que el Dios bíblico «no es la
figura del generador sino de un creador, cuyas relaciones con el hombre son el
preciso opuesto del parentesco, y ante las cuales el hombre se postrará en
dependencia profunda pero confiada», pero, habiendo notado esto, volvió a su
tesis evolucionista.
La
religión, pues, se ve como una proyección de la familia, y la familia debe, por
consiguiente, ser destruida a fin de que la religión también pueda ser
destruida. Pero eso no es todo. También se ve de manera similar a la
propiedad privada como un resultado de la familia, y la abolición de la
propiedad privada requiere la destrucción de la familia. Van der Leeuw
habló de la relación entre la familia y la propiedad:
Entre muchos pueblos, todavía
más, la propiedad también juega
una parte en el elemento común de la familia. Porque la propiedad no es solo el
objeto que el dueño posee. Es un poder, y en verdad un poder común. Así que hallamos
el elemento común de la familia ligado a la sangre y a la propiedad; pero no
está confinado a esto, porque es sagrado, y por consiguiente no se puede
derivar sin ningún resto de lo dado.
Según Hoebel,
La naturaleza esencial de la
propiedad se debe hallar en las relaciones sociales antes que en cualquier
atributo inherente de la cosa u objeto que llamamos propiedad. La propiedad, en otras palabras, no es una cosa, sino
una red funcional de relaciones sociales que gobierna la conducta de las
personas con respecto al uso y disposición de las cosas.
Este es un truquito típico del
intelectual humanística moderno: ¡deshacerse de un problema eliminándolo por
definición! Para Hoebel, la propiedad no es «una cosa, sino una red funcional
de relaciones sociales». Y, ¿qué gobiernan estas relaciones sociales? La última
palabra de Hoebel lo dice claramente: ¡gobiernan cosas! ¿Qué son estas cosas
si no propiedad?
Pero fue Federico Engels el que
indicó más claramente el caso humanístico (y la tesis «marxista») respecto a la
relación entre la propiedad y la familia. La familia monógama, sostenía, «se
basa en la supremacía del hombre, y su propósito expreso es producir hijos de
paternidad indisputable; tal paternidad se exige porque estos hijos deben más
tarde llegar a la propiedad de su padre como sus herederos naturales».
La monogamia ha reducido la
importancia de las mujeres y ha conducido a «la brutalidad hacia las mujeres
que se esparce desde la introducción de la monogamia». La monogamia, y la
familia individual moderna, descansa o «se basa en la esclavitud doméstica
abierta u oculta de la esposa».
El matrimonio de grupo original
ha dado lugar al matrimonio de pareja, y, finalmente, a la monogamia, cuyos
concomitantes son «el adulterio y la prostitución». El comunismo quisiera
abolir tanto la monogamia tradicional como la propiedad privada:
Nos estamos acercando a una
rebelión social en la cual los cimientos económicos de la monogamia según ha
existido hasta aquí desaparecerán con tanta certeza cómo los de su complemento:
la prostitución. La monogamia surgió de la concentración de riqueza
considerable en manos de un solo individuo un hombre y de la necesidad de legar
esta riqueza a los hijos de ese hombre y a nadie más.
Habiendo surgido de causas
económicas, ¿desaparecerá entonces la monogamia cuando estas causas
desaparezcan? 0 Uno pudiera responder, y no sin razón: lejos de desaparecer,
por el contrario, se realizará por completo. Porque con la transformación de
los medios de producción en propiedad social desaparecerá también el trabajo
pagado, el proletariado, y por consiguiente la necesidad de un cierto número
estadísticamente calculable de mujeres que se entreguen por dinero.
La prostitución desaparece; la
monogamia, en lugar de colapsar, por lo menos se vuelve una realidad también
para los hombres. Con la transferencia de los medios de producción a propiedad
común, la familia individual deja de ser la unidad económica de la sociedad.
LOS QUEHACERES DOMÉSTICOS PRIVADOS SE
TRANSFORMAN EN INDUSTRIA SOCIAL.
El cuidado y educación de los
hijos se vuelve un asunto público; la sociedad cuida a todos los niños por
igual, sean legítimos o no. Esto elimina toda la ansiedad en cuanto a las
«consecuencias» que hoy es el factor social más esencial moral tanto como
económico que impide que una muchacha se entregue por completo al hombre que
ama.
¿No será eso suficiente para producir
un crecimiento gradual de relaciones sexuales sin cortapisas y con una opinión
pública más tolerante respecto al honor de una doncella y a la vergüenza de una
mujer? Y, finalmente, ¿no hemos visto que en el mundo moderno la monogamia y la
prostitución son en verdad contradicciones, pero contradicciones inseparables,
polos del mismo estado de la sociedad?
¿Puede la prostitución
desaparecer sin arrastrar consigo a la monogamia al abismo?.
El concepto de Engels del
matrimonio era que es un lazo de fácil disolución basado solo en el amor, con
libertad para toda asociación sin castigo. Queda muy claro que el matrimonio
bíblico quedaría abolido con la abolición de la propiedad privada.
Se hace evidente entonces por qué
la educación humanística moderna, y en especial la educación marxista, es tan
hostil a la familia, tan claramente dedicada a reemplazar la «vieja
colectividad» de la familia con «la nueva colectividad»: el estado. Destruir la
familia bíblica monógama quiere decir, desde su perspectiva, la destrucción, primero, de la religión, y segundo, de la propiedad privada. El
marxista quiere «emancipar» a la mujer haciéndola una obrera industrial. Esto
es «emancipación» por definición, porque liberta a la mujer del complejo
bíblico de propiedad-religión-matrimonio.
A fin de contrarrestar estos
conceptos humanísticos de la familia y del papel de los padres, hay que
entender y recalcar la doctrina bíblica de la familia que muy claramente se centra en Dios. La doctrina
humanística de la familia se centra en el hombre y se centra en la sociedad. Se
ve a la familia como una institución social, que, en el curso de la evolución,
proveyó la original y «vieja colectividad» y que ahora debe dar paso a la
«nueva colectividad» conforme la humanidad se vuelve la verdadera familia del
hombre.
Como ya se señaló, la primera característica de la doctrina
bíblica es que a la familia se le ve en términos de una función y origen
centrados en Dios. La familia es parte del propósito de Dios para el hombre, y su
función para la gloria de Dios en su verdadera forma, así como también para permitirle
al hombre su autorrealización bajo Dios.
Segundo,
Génesis
1:27-30 deja en claro que Dios creó al hombre para que domine la tierra y
ejerza dominio sobre ella bajo Dios. Aunque originalmente solo Adán fue creado
(Gn 2:7), el mandato de la creación claramente se da al hombre en el estado
casado, y con la creación de la mujer en mente. Entonces, el llamado a subyugar la tierra y ejercer dominio sobre ella es esencial
para la función de la familia bajo Dios, y para el papel del hombre como cabeza
de la familia.
Esto le da a la familia una
función posesiva: subyugar la
tierra y ejercer dominio sobre ella incluye a las claras la perspectiva bíblica
de la propiedad privada. El hombre debe llevar a toda la creación el orden-ley
de Dios, ejerciendo poder sobre la creación en nombre de Dios. La tierra fue
creada «muy buena» pero todavía estaba sin desarrollarse en términos de
subyugación y posesión por el hombre, el gobernador que Dios designó.
Este gobierno es particularmente el llamado del hombre como esposo y
padre, y el de la familia como una institución. La caída del hombre no ha alterado este llamado, aunque ha hecho su
cumplimiento imposible aparte de la obra regeneradora de Cristo.
Tercero,
este
ejercicio de dominio y posesión es claro que incluye responsabilidad y autoridad. El hombre es responsable ante Dios
de su uso de la tierra, y debe,
como gobernante fiel, desempeñar su llamado solo en términos del decreto o palabra real de su Soberano. Su
llamamiento le confiere también autoridad por delegación. Dios le da al hombre autoridad sobre su familia y
sobre la tierra. En el esquema
marxista, la transferencia de la autoridad de la familia al estado ridiculiza toda idea de la familia como una
institución.
La familia es, para todo
propósito práctico, abolida
cuandoquiera que el estado determina la educación, vocación, religión y disciplina del hijo. La
única función restante para los padres es la procreación, y, mediante regulaciones del control
de los nacimientos, esto también está
sujeto ahora a un papel decreciente.
La familia en tal sociedad no es
más que una reliquia del viejo
orden, manteniéndose solo subrepticia e ilegalmente, y sujeta en todo momento a la autoridad del estado que
interviene. En todas las sociedades
modernas, la transferencia de la autoridad de la familia al estado se ha logrado en varios grados.
En la perspectiva bíblica, la
autoridad de la familia es básica para la sociedad, y es autoridad que se
centra en Dios. De aquí la división común de los mandamientos en dos tablas, o
dos lados, de cinco cada uno, con el quinto mandamiento colocado junto a los
que tienen que ver con el deber del hombre a Dios.
El
significado de la familia, pues, no se debe buscar en la procreación sino en la
autoridad y la responsabilidad centrada en Dios en términos de llamado del
hombre a subyugar la tierra y ejercer dominio sobre ella.
Cuarto,
la función
de la mujer en este aspecto del orden ley de Dios es ser una ayuda idónea para
el hombre en el ejercicio de su dominio y autoridad. Esta provee compañerismo
en su llamamiento (Gn 2: 18) de modo que hay una comunidad en la autoridad, con
la preeminencia clara del hombre.
El pecado del hombre es intentar
usurpar la autoridad de Dios, y el pecado de la mujer es intentar usurpar la
autoridad del hombre, y ambos esfuerzos son una futilidad mortal. Eva ejerció
el liderazgo al someterse a la tentación; guió a Adán en lugar de dejarse guiar;
Adán sucumbió al deseo de ser como Dios (Gn 3: 5), en tanto que actuaba menos
que hombre al someterse al liderazgo de Eva.
Pero la autoridad de la mujer
como ayuda idónea no es menos real que la de un primer ministro ante el rey; el
primer ministro no es un esclavo porque no sea un rey, ni tampoco la mujer una
esclava porque no sea un hombre.
La descripción de la mujer
virtuosa, o esposa consagrada, en Proverbios 31:10-31 no es la de una esclava
impotente ni de una parásita hermosa, sino más bien la de una muy competente
esposa, administradora, mujer de negocios, y madre; una persona de autoridad
real.
La clave, por consiguiente, para
la doctrina bíblica de la familia se debe hallar en el hecho de su autoridad
central, y el significado consecuente.