3. LA ECONOMÍA DE LA FAMILIA

INTRODUCCIÓN

La palabra propiedad, en un tiempo una de las palabras más prestigiosas del mundo, ha llegado en años recientes a tener una mala connotación debido al ataque socialista deliberado contra el concepto. La palabra, sin embargo, fue importante lo suficiente para ser un aspecto básico de libertad para los hombres durante la Guerra de Independencia estadounidense, cuando el clamor de arenga era «Libertad y propiedad».
Ahora, sin embargo, incluso los que más defienden la propiedad se cohíben de su uso más amplio: la inclusión de personas. La mayoría de mujeres se resentirían si se les describe como propiedad. Pero la palabra propiedad se debe considerar más bien como un término altamente posesivo y afectuoso antes que frío.
Viene del adjetivo latino propius, que quiere decir «no común con otros, especial, separado, individual, peculiar, particular, apropiado». También tiene el sentido de «duradero, constante, permanente». San Pablo dice claramente que el esposo y la esposa, respecto al sexo, tienen un derecho de propiedad del uno al otro (1ª Co 7:4, 5).
Incluso más, se puede decir que un hombre tiene a su esposa como su propiedad, y también a sus hijos. Pero debido a que su esposa e hijos tienen ciertos derechos individuales, particulares, especiales y continuos en él, ellos también tienen un derecho de propiedad en él. Las leyes, en varias ocasiones, han subrayado estos derechos de propiedad en las personas; por ejemplo, algunos estados no permiten que un padre desherede a un hijo; a los hijos se les da un cierto grado permanente de derechos de propiedad en el padre.
De modo similar, la mayoría de estados no permiten que se desherede a la esposa; se salvaguarda su derecho de propiedad en su esposo. El estado ahora afirma tener derecho de propiedad sobre todo hombre por las leyes de la herencia. En un tiempo, las leyes de Roma permitían que el padre vendiera a sus hijos en base a sus derechos de propiedad, poder muy común en toda la historia.
LAS RAZONES FUNDAMENTALES DE ESTE PODER ERAN LA PROTECCIÓN DE LA FAMILIA:
para mantener la vida continua de la familia en tiempo de crisis económica, se vendía a un miembro más joven, a menudo una muchacha, sobre el principio de que era mejor que la familia sobreviviera una crisis perdiendo un miembro y no que todos se murieran de hambre.
En el Japón se ha practicado la venta de hijas a casas de prostitución para sobrevivir una crisis económica. Tales prácticas eran rutina y normales en tiempos bíblicos. La ley bíblica las prohibió a los hebreos: No haya ramera de entre las hijas de Israel, ni haya sodomita de entre los hijos de Israel (Dt 23: 17).
No contaminarás a tu hija haciéndola fornicar, para que no se prostituya la tierra y se llene de maldad. Mis días de reposo guardaréis, y mi santuario tendréis en reverencia. Yo Jehová (Lv 19:29, 30).
De esta manera la ley prohíbe fuertemente esta salida de una crisis económica. Incluso más significativo es el hecho de que en Levítico 19:29, 30, esta prohibición de la prostitución claramente va asociada con la observancia del sabbat y la reverencia al santuario; los dos versículos son en efecto una ley, y están separados de los demás versículos por la declaración: «Yo Jehová».
El reposo del hombre en el Señor requiere un cuidado y supervisión santos con respecto a sus hijos, y la reverencia por el santuario es incompatible con la venta de los hijos para la prostitución.
Solo en un sentido podía un padre «vender» una hija bajo la ley bíblica: en matrimonio. Esto aparece en Éxodo 21: 7-11:
Y cuando alguno vendiere su hija por sierva, no saldrá ella como suelen salir los siervos. Si no agradare a su señor, por lo cual no la tomó por esposa, se le permitirá que se rescate, y no la podrá vender a pueblo extraño cuando la desechare. Más si la hubiere desposado con su hijo, hará con ella según la costumbre de las hijas. Si tomare para él otra mujer, no disminuirá su alimento, ni su vestido, ni el deber conyugal. Y si ninguna de estas tres cosas hiciere, ella saldrá de gracia, sin dinero.
El matrimonio normalmente era por dote: el novio le daba una dote a la novia, lo que constituía protección de ella y herencia de los hijos. Si no había dote, no había matrimonio, sino solo concubinato. Pero aquí, es claramente el matrimonio lo que se tiene en mente, y la palabra que se usa es matrimonio.
La muchacha es tomada como esposa bien sea para el hombre o para uno de sus hijos. Ella queda legalmente protegida de ser concubina o esclava; no se la puede enviar a los campos como esclava. La muchacha tenía los privilegios de una esposa con dote, porque había una dote. La dote en este caso iba a la familia de la muchacha, y no a ella ni a sus hijos. Si el posible esposo decidía no casarse con ella, se le devolvía la dote; la muchacha quedaba «redimida».
Si él o un hijo se casaba con ella, y luego le negaba el derecho de esposa, ella tenía base legítima para el divorcio, y se iba sin ninguna restauración de la dote. La referencia al «deber conyugal» era su derecho a la cohabitación.
Si la muchacha en cuestión no agradaba a la nueva familia después del desposorio, y antes de la consumación, esta residía con esa familia hasta que su familia u otro posible esposo devolvía la dote. Esto es evidente en Levítico 19: 20, en donde «no estuviere rescatada» se traduce con mayor precisión, «no ha sido redimida por completo o enteramente». Si durante ese tiempo la muchacha era seducida o fornicaba, «era azotada», o, con mayor precisión, «debería haber visitación o interrogación» para determinar la verdad del asunto. Este castigo (azotes) lo recibía «solo cuando se demostraba que ella había consentido al pecado» (Lv 19: 20-22).
La dote era una parte importante del matrimonio. La encontramos primero en Jacob, que trabajó siete años para Labán para ganar la dote de Raquel (Gen 29: 18). El pago por este servicio le pertenecía a la esposa como su dote, y Raquel y Lea pudieron decir indignadas de sí mismas que su padre las había «vendido», porque él se había quedado con la dote (Gn 31: 14-15).
Era capital de la familia; representaba la seguridad de la esposa en caso de divorcio en el que el esposo era el culpable. Si ella era culpable, perdía la dote. No podía negársela a los hijos. Hay indicaciones de que la dote normal equivalía a unos tres años de salario.
La dote por tanto representaba fondos provistos por el padre del novio, o por el novio mediante trabajo, usada para estimular la vida económica de la nueva familia. Si el padre de la novia añadía a esto, era su privilegio, y era costumbre, pero la dote básica venía del novio o su familia. La dote era la bendición del padre al matrimonio de su hijo, o una prueba del carácter del joven al trabajar por ella. Una dote nada usual aparece en lo que Saúl le exigió a David: cien prepucios de filisteos (1ª S 18: 25-27). Saúl exigió una prueba que pensaba que sería demasiado difícil para David, pero que David cumplió.
La dote europea es lo inverso del principio bíblico: el padre de la joven la da como obsequio al novio. Esto ha llevado a una situación dañina respecto al matrimonio y a la familia. Las muchachas llegan a ser, en un sistema así, una carga. En la Italia de los siglos XIV y XV, «los padres llegaban a aterrarse por el nacimiento de una niña, en vista de la ingente dote que tendrían que proveer para ella, y cada año los precios en el mercado del matrimonio subían».
Esto llevaba a la destrucción virtual de la familia, en tanto que la dote bíblica fortalecía a la familia. El novio quería el precio más alto antes de aceptar a una joven, y el padre buscaba a alguien que no lo dejara en bancarrota con sus exigencias. Las protestas del clero no sirvieron para nada.
En su forma bíblica, la dote tenía como propósito ser cimiento económico para la nueva familia. Este aspecto permaneció por largo tiempo en los Estados
Unidos. «Según una antigua costumbre estadounidense, el padre de la novia le daba a ella una vaca, que sería la madre de un nuevo hato para proveer leche y carne para la nueva familia».
En casos de seducción y violación, la parte culpable tenía que darle a la joven la dote de una virgen. Si seguía el matrimonio, el hombre perdía para siempre todo derecho a divorciarse de ella (Éx 22: 16, 17; Dt 22: 28, 29). Si no, la joven en tal caso iba a casarse con otro con una dote doble, una de 50 siclos de plata del que la sedujo, y otra de su esposo.
La dote de la joven no era solo lo que el padre le daba, y lo que el esposo le entregaba, sino también la sabiduría, destreza y carácter que traía al matrimonio.
Como Ben Sirac escribió, «Una hija juiciosa será un tesoro para su marido, la que se porta mal será el sufrimiento de su padre» (Sab 22:4).
La importancia de una buena esposa o una nuera piadosa para la familia es evidente en toda cultura, pero en una sociedad centrada en la familia, su valor es mucho mayor. Ben Sirac comentó muy bien sobre esas cosas:
La mujer malvada es como un yugo suelto: poner la mano en él es tan arriesgado como agarrar un escorpión. Una mujer bebedora es un gran escándalo, no podrá remediar su deshonor. Una mujer sin pudor se reconoce en sus ojos, en su mirada descarada.
Mantén a raya a una muchacha provocadora, no sea que se aproveche de tu complacencia. Ten cuidado con seguir a una mujer seductora; no te hagas ilusiones: solo quiere ganarte. El viajero sediento abre la boca y toma cualquier agua que encuentre: ella también se coloca frente a cualquier palo y a cualquier flecha abre su aljaba.
La gracia de una esposa regocija a su marido, pero su saber actuar lo reconforta hasta la médula de sus huesos. Una mujer que sabe callarse es un don del Señor; nada es comparable con la que es bien educada. Una mujer modesta es doblemente encantadora, la que es casta es un tesoro inestimable.
Así como el sol se levanta sobre las montañas del Señor, así es el encanto de una buena esposa en una casa bien ordenada. Como la lámpara que brilla en un candelabro sagrado, así es un hermoso rostro en un cuerpo armonioso.
Como columnas de oro en una base de plata, así son unas lindas piernas en unos talones bien plantados (Sab 26: 7-18).
Esto, por supuesto, refleja un estándar hebreo popular; la posición bíblica se indica mejor en Proverbios 31:10-31. Una diferencia conspicua es que Ben Sirac reflejaba una preferencia común por una esposa silenciosa; esto no es el requisito bíblico, que dice: «Abre su boca con sabiduría, Y la ley de clemencia está en su lengua» (Pr 31: 26).
Ben Sirac pedía una esposa callada; Dios habla más bien de una esposa que habla, pero que habla con sabiduría y bondad. Los hombres como pecadores prefieren el estándar de Ben Sirac, y las mujeres como pecadoras quieren el privilegio y derecho de hablar sin requisito de sabiduría y bondad.
Se debe añadir, antes de dejar el tema de la dote, que, puesto que esto a menudo incluía a la familia, la familia ejercía considerable autoridad y a menudo escogía a la esposa. En el caso de Isaac, fue su padre quien escogió a Rebeca como esposa, y quien le dio la dote; Isaac se deleitó en la esposa escogida.
En el caso de Jacob, Jacob escogió a Raquel y proveyó su propia dote. El elemento de decisión paternal no estuvo ausente en el caso de Jacob, puesto que Rebeca e Isaac enviaron a Jacob a Padán-aram para que se casara (Gn 27:46—28:9). Tampoco el consentimiento del novio estaba ausente en la decisión paternal en cuanto al arreglo matrimonial.
El punto principal en la ley de Éxodo 21:7-11, la «venta» de una hija, tiene referencia a esto: la joven en la familia de la nueva familia podía hallar o no aprobación del esposo en perspectiva; y, si no, había que «redimirla».
Otro aspecto básico de la economía de la familia es el hecho del sustento. Esto tiene un aspecto doble. Primero, los padres tienen la obligación de proveer para los hijos, y sustentarlos material y espiritualmente. La educación cristiana es un aspecto básico de este sustento. Los padres tienen la obligación de alimentar y vestir al hijo, tanto el cuerpo como el alma, y son responsables ante Dios del desempeño de esta obligación. Segundo, los hijos, cuando adultos, tienen una obligación también este respecto de contribuir material y espiritualmente para sus padres según sea necesario.
Ben Sirac se refirió a esta obligación en Sabiduría 3: 12, 17. Esta obligación la subrayó enfáticamente Jesucristo, quien desde la cruz puso el cuidado y sustento de su madre María en manos de San Juan: «Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre» (Jn 19:26, 27). Las declaraciones orales de un criminal moribundo eran un testamento legal, como Buckler destacó:
Dalman ha mostrado que entre los derechos y responsabilidades del criminal moribundo estaban la disposición testamentaria de sus posesiones y derechos.
Por ejemplo:
La legislación marital judía insistía en que todo se debía resolver de manera definitiva antes de que fuera demasiado tarde. Sucedía, por ejemplo, que un crucificado le daba a su esposa, poco antes de expirar, la libertad de casarse de nuevo, y así se podía redactar el documento de divorcio, lo que le daba el derecho de casarse con otro hombre antes de la muerte del presente esposo.
El caso de nuestro Señor fue paralelo al de un hombre casado, en que lo que estaba en juego era un principio de dominium. Cómo primogénito de María, tenía la autoridad y la responsabilidad, que habría recaído en su segundo hijo, Jacobo. Ese recaer automático era al parecer indeseable, así que nuestro Señor usó la autoridad que poseía como criminal moribundo para ponerla al cuidado de aquel en quien el más confiaba: el discípulo amado.
La implicación de esto es también que, hasta ese momento, Jesús había cumplido con la responsabilidad de cuidar de su madre viuda. Los otros hijos pueden haber ayudado, pero el manejo del asunto estaba en manos de Jesús.
Jesús también condenó a los que le daban a Dios, pero no cumplían con la responsabilidad de sustentar a sus padres:
Respondiendo él, les dijo: Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito:
Este pueblo de labios me honra, Mas su corazón está lejos de mí.
Pues en vano me honran, Enseñando como doctrinas mandamientos de hombres.
Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres: los lavamientos de los jarros y de los vasos de beber; y hacéis otras muchas cosas semejantes.
Les decía también: Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente. Pero vosotros decís: Basta que diga un hombre al padre o a la madre: Es Corbán (que quiere decir, mi ofrenda a Dios) todo aquello con que pudiera ayudarte, y no le dejáis hacer más por su padre o por su madre, invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido.
Y muchas cosas hacéis semejantes a éstas (Mr 7: 6-13). Jesús, como hijo mayor y principal heredero nombró a Juan como el principal heredero en su familia y le dio la responsabilidad del cuidado de María.
Esto ilustra muy bien un aspecto central de la ley bíblica de la familia y de la herencia bíblica: el principal heredero sostenía y cuidaba a los padres, según fuera necesario. Abraham vivió con Isaac y Jacob, no con Ismael, ni con los hijos de Cetura.
Isaac vivió con Jacob, no con Esaú; y Jacob vivió bajo el cuidado y supervisión de José, y por consiguiente le dio a José una doble porción al adoptar a los dos hijos de José como sus herederos en términos iguales con los demás hijos (Gn 48:5, 6).
Lo inverso también es verdad: el hijo que sustenta y cuida a los padres ancianos es el heredero principal y verdadero. El que los padres o la ley civil dictaminen otra cosa es ir contra el orden santo. La herencia no es cuestión de compasión o sentimiento sino de orden santo, y hacer a un lado este principio es pecado.
La cuestión de herencia y testamentos se puede entender mejor si examinamos la palabra bíblica que se usa para testamento: bendición. Una herencia es precisamente eso, una bendición, y para que el padre confiera una bendición o la bendición central a un hijo que no es creyente, o a un hijo rebelde y hostil, es bendecir el mal. Aunque algunas porciones de los testamentos bíblicos tienen un elemento de profecía divina así como también disposición testamentaria, es importante notar que combinan bendiciones y maldiciones, como atestiguan las palabras de Jacob a Rubén, Simeón y Leví (Gn 48:2-7). Desheredar a un hijo es una maldición total.
La regla general de la herencia era la primogenitura limitada; o sea, el hijo mayor, que tenía el deber de sustentar a la familia entera en caso de necesidad, o de gobernar el clan, recibía una doble porción. Si había dos hijos, las propiedades se dividían en tres porciones, y el hijo menor recibía una tercera parte. Los padres tenían la obligación de dar una herencia, hasta donde sus medios se lo permitieran (2ª Co 12:14).
El padre no podía desheredar a un primogénito piadoso debido a sentimientos personales, tales como disgusto con la madre del hijo o preferencia por una segunda esposa (Dt 21: 15-17). Tampoco podía favorecer a un hijo impío, un delincuente incorregible, que mereciera morir (Dt 21:18-21).
Si no había hijo, la herencia iba a la hija o hijas (Nm 27: 1-11). Si por motivo de desobediencia o incredulidad un hombre en efecto no tenía hijo, la hija se convertía en heredera e hijo por así decirlo. Si no habían hijos ni hijas, heredaba el próximo pariente consanguíneo (Nm 27: 9-11). El hijo de una concubina podía heredar, a menos que se le enviara lejos o se le diera una indemnización (Gn 21: 10; 25:1-6).
Una criada podía ser la heredera de su patrona (Pr 30:23), y un esclavo también podía heredar (Gn 15:1-4), puesto que en un sentido era miembro de la familia. Los esclavos extranjeros también podían heredar (Lv 25:46). La herencia de una tribu no se podía transferir a otra, o sea, la tierra de una región no se podía enajenar (Nm 36:1-12).
Un príncipe podía darle propiedad a sus hijos como herencia, pero no a un siervo, para que esto no llegara a ser un medio de recompensarlos a detrimento de su familia (Ez 46: 16, 17). Si un príncipe le daba tierra a un criado, en el año de libertad esta revertía a los hijos del príncipe. El príncipe no podía confiscar la herencia ni la tierra de la gente; o sea, la propiedad no se podía incautar o confiscar (Ez 46:18).

ESTE ÚLTIMO ES UN PUNTO IMPORTANTE EN VISTA DE LA SITUACIÓN CONTEMPORÁNEA.

Las leyes bíblicas de la herencia son leyes de Dios; las leyes modernas de la herencia son leyes del estado. El estado, todavía más, está haciéndose progresivamente el principal, y algunas veces, en algunos países, el único heredero. El estado está diciendo en efecto que recibirá la bendición por sobre todos los demás.
Sin embargo hay una justicia y lógica perversa en la posición del estado: está apropiándose del doble papel de padre e hijo. Ofrece educar a todos los hijos y sostener a todas las familias necesitadas como el gran padre de todos. Ofrece sustento a los ancianos como el verdadero hijo y heredero que tiene el derecho de apropiarse de toda la herencia. En ambos papeles, sin embargo, es el gran corruptor y está en guerra con el orden que Dios estableció: la familia.
Un aspecto final de la economía de la familia: en toda la historia la agencia básica de beneficencia ha sido la familia. La familia, al proveer para sus miembros enfermos y necesitados, al educar a los hijos, al cuidar de los padres, y al enfrentar emergencias y desastres, ha hecho y está haciendo más de lo que el estado jamás ha hecho o puede hacer.
La intromisión del estado en el ámbito de la beneficencia pública y la educación lleva a la bancarrota de las personas y de la propiedad y a la deterioración progresiva del carácter. La familia se fortalece al cumplir obligaciones que siempre llevan a la declinación de los estados de beneficencia pública.

LA FAMILIA ES LA UNIDAD ECONÓMICA BÁSICA DE LA SOCIEDAD, Y LA MÁS FUERTE.

No puede prosperar ninguna sociedad que debilita a la familia, bien sea al eliminar las responsabilidades de la familia en cuanto a la educación y el bienestar, o al limitar el control de la familia sobre su propiedad y herencia por usurpación.
Un punto final. La ley bíblica de la primogenitura estaba gobernada por el estándar previo de requisitos morales y religiosos. Mientras en la historia de Europa occidental la primogenitura gobernaba casi sin excepción, en la historia bíblica, las excepciones son casi la regla. En el registro bíblico, la herencia por primogenitura sin calificación moral es rara.

Vez tras vez, se hace a un lado al primogénito en casos de fracaso moral. Por tanto, está bien claro que las consideraciones espirituales y morales gobernaban la herencia, desde los días de los patriarcas hasta la provisión testamentaria que Cristo hizo para María desde la cruz.