INTRODUCCIÓN
No es accidente que Jesucristo,
la segunda persona de la Trinidad, también fue miembro de una familia humana.
La encarnación fue una realidad, y básico para su realidad fue la natividad de
Jesús en una familia hebrea como heredero de linaje real. Cristo nació en
cumplimiento de la profecía, y en términos de las leyes básicas de la familia.
Varios aspectos de este hecho son
evidentes de inmediato. Primero, Jesucristo
nació como heredero del trono de David, y en cumplimiento de las promesas respecto
al significado futuro de ese trono. En 2ª Samuel 7: 12 Dios le declaró a David:
«Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después
de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino».
Esta promesa se celebra en el Salmo 89 y el Salmo 132. Este reino del Mesías o
Cristo es «su reino» (2ª S 7: 12), y se define en términos Suyos.
Segundo,
el reino de
Cristo es restauración de la autoridad, ley y orden. Como se promete en Isaías
a los fieles, «restauraré tus jueces como al principio, y tus consejeros como
eran antes; entonces te llamarán Ciudad de justicia, Ciudad fiel» (Is 1: 26).
Puesto que en Sinaí se estableció a los jueces o autoridades (o como resultado de
Sinaí), la ley de Dios será restablecida como resultado del nuevo Sinaí, el
Gólgota, por el Moisés mayor, Jesucristo.
Por consiguiente, del Mesías se
habla como aquel en quien y bajo quien la ley y el orden se llevan a
cumplimiento. Él es el «Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno,
Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el
trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en
justicia desde ahora y para siempre» (Is 9: 6, 7). También se nos dice de este
Renuevo de la raíz de Isaí que «juzgará con justicia a los pobres, y argüirá
con equidad por los mansos de la tierra» (Is 11: 4).
Él vendrá para traer justicia y
«matará al impío» (Is 11: 4), para restaurar el paraíso, a fin de que,
figuradamente hablando, el lobo y el cordero moren juntos (Is 11: 6, 9), y la
tierra sea restaurada a una mayor fertilidad y bendición: «Se alegrarán el desierto
y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa» (Is 35: 1).
Tercero,
el reino de
Cristo no está limitado, como el de David, a Canaán: cubre toda la tierra.
Cristo dijo a los discípulos: «Bienaventurados los mansos, porque ellos
recibirán la tierra por heredad» (Mt 5:5). San Pablo dijo: «Porque no por la
ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del
mundo, sino por la justicia de la fe» (Ro 4: 13). Esta importante declaración significa,
según Hodge:
La palabra heredero, en las
Escrituras, frecuentemente quiere decir poseedor
seguro. Heb 1: 2; 6: 17; 11:7s. Este uso de los términos probablemente
surgió del hecho de que entre
los judíos la posesión por herencia era mucho más segura y permanente que la obtenida por compra.
La promesa no fue para Abraham, ni para su simiente o sea,
ni para uno ni para otro. Ambos estuvieron
incluidos en la promesa. Y su simiente
no se refiere aquí a Cristo, como
en Gá 3:16, sino a sus hijos espirituales.
La segunda mitad del versículo,
como Murray lo señala, hablando de Romanos 4:13 en relación a 4: 16, 17, deja
en claro el significado de la ley y la fe con respecto a los herederos. Los
verdaderos herederos lo son por fe:
Y estos versículos también
establecen que no son los descendientes naturales de Abraham, sino todos, tanto
de la circuncisión como de la incircuncisión, los que son «de la fe de Abraham»
(v. 16). La «promesa» por lo tanto se da a todos los que creen y todos los que
creen son simiente de Abraham.
Los verdaderos herederos de Abraham
no son por sangre o ley, sino los que participan de la fe de Abraham. Estos
reciben su herencia del Rey, Jesucristo. «Y si vosotros sois de Cristo,
ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa» (Gá 3: 29).
Algunos tratan de negar el
reinado de Cristo sobre la tierra citando Juan 18: 36: «Mi reino no es de este
mundo». Pocos versículos son más mal interpretados. Como Wescott señaló, «sin
embargo él en efecto afirmó tener soberanía, soberanía de la cual la fuente y
el manantial no eran de la tierra sino del cielo».
«Mi reino no es de este mundo»
quiere decir que «no deriva sus orígenes ni su sostenimiento de fuentes
terrenales»6. En otras palabras, el reino de Cristo no se deriva de este
mundo, porque es de Dios y está
por encima del mundo.
Cuarto,
Cristo por
su nacimiento virginal fue una nueva creación, un nuevo Adán; como Adán un
milagro, una creación directamente de Dios; pero, a diferencia de Adán, quien
no tenía ningún enlace a ninguna humanidad previa, Cristo estuvo ligado a la vieja
humanidad por su nacimiento de María.
San Lucas citó a Adán y a Jesús
como «el hijo de Dios» (Lc 1: 34, 35; 3: 38). Cristo es pues «el segundo
hombre» o «el postrer Adán» (1ª Co 15: 45-47); el manantial de una nueva
humanidad.
Por su nacimiento de Dios, y de
la virgen María, Jesucristo es la cabeza de la nueva raza, como el nuevo Adán,
para proveerle a la tierra de una nueva simiente para reemplazar a la antigua
raza adámica.
El primer Adán fue tentado en el
paraíso y cayó. El nuevo Adán fue tentado en el desierto adánico y empezó allí
la restauración del paraíso: él «estaba con las fieras; y los ángeles le servían»
(Mr 1: 13). «El segundo hombre» restauró la comunión con los ángeles del cielo
y los animales de la tierra. Como el verdadero Adán, ejerció dominio (Gn 1: 28),
y como el Señor de la tierra emitió su ley en el monte, confirmando la ley que
anteriormente había dado por medio de Moisés (Mt 5:1—7:29).
En el mundo antiguo el rey era el
legislador, y un legislador era o el rey o un agente del rey, como en el caso
de Moisés. Jesús, al declarar en el sermón del monte «Yo les digo», declaró ser
el Rey, y por su Gran Comisión, dejó en claro que era rey de toda la tierra (Mt
28:18-19).
Quinto,
Jesucristo,
como Rey de la tierra, tiene derecho
de dominio. Esto quiere decir que ataca y derrota a todos los que niegan
su dominio. Como Dios declaró: «A ruina, a ruina, a ruina lo reduciré, y esto
no será más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y yo se lo entregaré»
(Ez 21:27). Este derrocamiento de sus enemigos continúa hoy (He 12:25-29).
Sexto,
Jesucristo nació bajo la ley y a la ley, para cumplir
la ley. Este cumplimiento empezó desde su nacimiento, por su membrecía
en la sagrada familia, en la que, como hijo consciente de sus deberes, guardó
el quinto mandamiento todos sus días. Como heredero legal de un trono, se apropió
de las promesas de Dios, y, como rey legal de la tierra, está en el proceso de
desposeer a todos los falsos herederos y a todos los enemigos.
Séptimo,
Jesucristo
obedeció la ley de la familia. Como hijo consciente de sus deberes, desde la
cruz hizo arreglos para el cuidado de su madre. Entregó a Juan a María como su
nuevo hijo para que la cuidara. Pero el nuevo «hijo» que Cristo le dio a María
fue en términos de la familia de la fe (Jn 19:25-27), así que Cristo indicó que
la verdadera condición de heredero (porque el heredero hereda
responsabilidades) es más por fe que
por sangre.
Este principio ya lo había declarado
anteriormente en referencia a su madre y hermanos. Cuando las dudas de estos
los llevaron a una posición de temor con respecto al llamamiento de Jesús, este
declaró que su verdadera familia es «todo aquel que hace la voluntad de mi
Padre que está en los cielos» (Mt 12:49-50). Con eso no rechazaba su
responsabilidad en cuanto a su madre, y de su cuidado se preocupó al morir.
En la sagrada familia, por
consiguiente, se ejemplifica con toda claridad la ley bíblica de la familia.
Sobre todo en su condición de heredero, Jesús demostró la responsabilidad del
heredero. Como heredero de una familia, cumplió sus responsabilidades de
familia; como heredero a un trono, cumplió sus obligaciones de realeza; y como
heredero de un manto racial como el segundo Adán, cumplió sus deberes para con
la raza. Por tanto, demostró que la
condición de heredero es una
responsabilidad.