8. LA SAGRADA FAMILIA

INTRODUCCIÓN

No es accidente que Jesucristo, la segunda persona de la Trinidad, también fue miembro de una familia humana. La encarnación fue una realidad, y básico para su realidad fue la natividad de Jesús en una familia hebrea como heredero de linaje real. Cristo nació en cumplimiento de la profecía, y en términos de las leyes básicas de la familia.
Varios aspectos de este hecho son evidentes de inmediato. Primero, Jesucristo nació como heredero del trono de David, y en cumplimiento de las promesas respecto al significado futuro de ese trono. En 2ª Samuel 7: 12 Dios le declaró a David: «Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino». Esta promesa se celebra en el Salmo 89 y el Salmo 132. Este reino del Mesías o Cristo es «su reino» (2ª S 7: 12), y se define en términos Suyos.
Segundo, el reino de Cristo es restauración de la autoridad, ley y orden. Como se promete en Isaías a los fieles, «restauraré tus jueces como al principio, y tus consejeros como eran antes; entonces te llamarán Ciudad de justicia, Ciudad fiel» (Is 1: 26). Puesto que en Sinaí se estableció a los jueces o autoridades (o como resultado de Sinaí), la ley de Dios será restablecida como resultado del nuevo Sinaí, el Gólgota, por el Moisés mayor, Jesucristo.
Por consiguiente, del Mesías se habla como aquel en quien y bajo quien la ley y el orden se llevan a cumplimiento. Él es el «Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre» (Is 9: 6, 7). También se nos dice de este Renuevo de la raíz de Isaí que «juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra» (Is 11: 4).
Él vendrá para traer justicia y «matará al impío» (Is 11: 4), para restaurar el paraíso, a fin de que, figuradamente hablando, el lobo y el cordero moren juntos (Is 11: 6, 9), y la tierra sea restaurada a una mayor fertilidad y bendición: «Se alegrarán el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa» (Is 35: 1).
Tercero, el reino de Cristo no está limitado, como el de David, a Canaán: cubre toda la tierra. Cristo dijo a los discípulos: «Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad» (Mt 5:5). San Pablo dijo: «Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe» (Ro 4: 13). Esta importante declaración significa, según Hodge:
La palabra heredero, en las Escrituras, frecuentemente quiere decir poseedor seguro. Heb 1: 2; 6: 17; 11:7s. Este uso de los términos probablemente surgió del hecho de que entre los judíos la posesión por herencia era mucho más segura y permanente que la obtenida por compra.
La promesa no fue para Abraham, ni para su simiente o sea, ni para uno ni para otro. Ambos estuvieron incluidos en la promesa. Y su simiente no se refiere aquí a Cristo, como en Gá 3:16, sino a sus hijos espirituales.
La segunda mitad del versículo, como Murray lo señala, hablando de Romanos 4:13 en relación a 4: 16, 17, deja en claro el significado de la ley y la fe con respecto a los herederos. Los verdaderos herederos lo son por fe:
Y estos versículos también establecen que no son los descendientes naturales de Abraham, sino todos, tanto de la circuncisión como de la incircuncisión, los que son «de la fe de Abraham» (v. 16). La «promesa» por lo tanto se da a todos los que creen y todos los que creen son simiente de Abraham.
Los verdaderos herederos de Abraham no son por sangre o ley, sino los que participan de la fe de Abraham. Estos reciben su herencia del Rey, Jesucristo. «Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa» (Gá 3: 29).
Algunos tratan de negar el reinado de Cristo sobre la tierra citando Juan 18: 36: «Mi reino no es de este mundo». Pocos versículos son más mal interpretados. Como Wescott señaló, «sin embargo él en efecto afirmó tener soberanía, soberanía de la cual la fuente y el manantial no eran de la tierra sino del cielo».
«Mi reino no es de este mundo» quiere decir que «no deriva sus orígenes ni su sostenimiento de fuentes terrenales»6. En otras palabras, el reino de Cristo no se deriva de este mundo, porque es de Dios y está por encima del mundo.
Cuarto, Cristo por su nacimiento virginal fue una nueva creación, un nuevo Adán; como Adán un milagro, una creación directamente de Dios; pero, a diferencia de Adán, quien no tenía ningún enlace a ninguna humanidad previa, Cristo estuvo ligado a la vieja humanidad por su nacimiento de María.
San Lucas citó a Adán y a Jesús como «el hijo de Dios» (Lc 1: 34, 35; 3: 38). Cristo es pues «el segundo hombre» o «el postrer Adán» (1ª Co 15: 45-47); el manantial de una nueva humanidad.
Por su nacimiento de Dios, y de la virgen María, Jesucristo es la cabeza de la nueva raza, como el nuevo Adán, para proveerle a la tierra de una nueva simiente para reemplazar a la antigua raza adámica.
El primer Adán fue tentado en el paraíso y cayó. El nuevo Adán fue tentado en el desierto adánico y empezó allí la restauración del paraíso: él «estaba con las fieras; y los ángeles le servían» (Mr 1: 13). «El segundo hombre» restauró la comunión con los ángeles del cielo y los animales de la tierra. Como el verdadero Adán, ejerció dominio (Gn 1: 28), y como el Señor de la tierra emitió su ley en el monte, confirmando la ley que anteriormente había dado por medio de Moisés (Mt 5:1—7:29).
En el mundo antiguo el rey era el legislador, y un legislador era o el rey o un agente del rey, como en el caso de Moisés. Jesús, al declarar en el sermón del monte «Yo les digo», declaró ser el Rey, y por su Gran Comisión, dejó en claro que era rey de toda la tierra (Mt 28:18-19).
Quinto, Jesucristo, como Rey de la tierra, tiene derecho de dominio. Esto quiere decir que ataca y derrota a todos los que niegan su dominio. Como Dios declaró: «A ruina, a ruina, a ruina lo reduciré, y esto no será más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y yo se lo entregaré» (Ez 21:27). Este derrocamiento de sus enemigos continúa hoy (He 12:25-29).
Sexto, Jesucristo nació bajo la ley y a la ley, para cumplir la ley. Este cumplimiento empezó desde su nacimiento, por su membrecía en la sagrada familia, en la que, como hijo consciente de sus deberes, guardó el quinto mandamiento todos sus días. Como heredero legal de un trono, se apropió de las promesas de Dios, y, como rey legal de la tierra, está en el proceso de desposeer a todos los falsos herederos y a todos los enemigos.
Séptimo, Jesucristo obedeció la ley de la familia. Como hijo consciente de sus deberes, desde la cruz hizo arreglos para el cuidado de su madre. Entregó a Juan a María como su nuevo hijo para que la cuidara. Pero el nuevo «hijo» que Cristo le dio a María fue en términos de la familia de la fe (Jn 19:25-27), así que Cristo indicó que la verdadera condición de heredero (porque el heredero hereda responsabilidades) es más por fe que por sangre.
Este principio ya lo había declarado anteriormente en referencia a su madre y hermanos. Cuando las dudas de estos los llevaron a una posición de temor con respecto al llamamiento de Jesús, este declaró que su verdadera familia es «todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 12:49-50). Con eso no rechazaba su responsabilidad en cuanto a su madre, y de su cuidado se preocupó al morir.

En la sagrada familia, por consiguiente, se ejemplifica con toda claridad la ley bíblica de la familia. Sobre todo en su condición de heredero, Jesús demostró la responsabilidad del heredero. Como heredero de una familia, cumplió sus responsabilidades de familia; como heredero a un trono, cumplió sus obligaciones de realeza; y como heredero de un manto racial como el segundo Adán, cumplió sus deberes para con la raza. Por tanto, demostró que la condición de heredero es una responsabilidad.